Para Pensar:
1.- Definición
La libertad se define como el
poder de dirigir y dominar los propios actos, la capacidad de proponerse una
meta y encaminarse hacia ella, el autodominio con el que los hombres gobernamos
nuestras acciones. En el acto libre entran en juego las dos facultades
superiores del psiquismo humano: la inteligencia y la voluntad. La voluntad
elige lo que previamente ha sido conocido por la inteligencia. Antes de elegir
es preciso deliberar, hacer circular por la mente las diversas posibilidades,
con sus diferentes ventajas e inconvenientes. La decisión supone elegir una de
las posibilidades debatidas; pero no es ella misma la que me obliga a tomarla;
soy yo quien la hago salir del campo de lo posible. En la elección libre, la
posibilidad favorecida se hace mía de un modo definitivo no porque las demás me
sean totalmente ajenas -como si no ejercieran sobre mí ninguna sugestión-, sino
porque íntima y originariamente doto a ésta de un valor conclusivo.
Tipos de libertad:
Tipos de libertad:
1) Libertad física que
equivale a la libertad de movimiento: poder ir y venir, entrar o salir, subir o
bajar, hacer esto o aquello.
2) Libertad interior:
Pero la raíz de la libertad está en la voluntad, y la acción voluntaria
es, ante todo, una decisión interior. Esto es sumamente importante pues
significa que el hombre privado de libertad física sigue siendo libre: conserva
la libertad psicológica. De hecho, al hombre se le puede arrebatar todo
salvo la última libertad: la elección de su propio talante interior, de su
forma de ver la vida y estimar determinadas ideas o personas. Ningún poder
humano está legitimado para asaltar ese reducto último de la personalidad, y
sólo podrá intentarlo por la tortura.
La libertad interior es la base de los derechos humanos. De ella brota el derecho a la libertad de opinión y expresión, a la libertad de conciencia y a vivir según las propias convicciones. Así entendida, la libertad es un ideal irrenunciable. Pero se impone un uso inteligente de la misma, y no un abuso torpe. No somos pedruscos, ni árboles, ni máquinas, sino seres dotados de una indeterminación que nos obliga a sopesar, y escoger.
La libertad interior es la base de los derechos humanos. De ella brota el derecho a la libertad de opinión y expresión, a la libertad de conciencia y a vivir según las propias convicciones. Así entendida, la libertad es un ideal irrenunciable. Pero se impone un uso inteligente de la misma, y no un abuso torpe. No somos pedruscos, ni árboles, ni máquinas, sino seres dotados de una indeterminación que nos obliga a sopesar, y escoger.
2.- Características:
a) Libertad limitada
El hombre no es un ser absoluto
porque ninguna de sus facultades lo es. La limitación es triple: física,
psicológica y moral. Necesita nutrirse y respirar para conservar la vida; no es
capaz de conocer y querer todo; y respecto a la moralidad de sus actos, sabe
con seguridad que hay acciones que puede pero no debe realizar. Estos tres
aspectos limitan el campo de la libertad humana y orientan sus elecciones. Pero
ello no debe considerarse como algo negativo: parece lógico que a un ser
limitado le corresponda una libertad limitada, que el límite de su querer sea
el límite de su ser. De otra forma, si la libertad humana fuera absoluta,
habría que comenzar a temerla como prerrogativa de los demás.
La libertad tampoco es absoluta
porque tiene un carácter instrumental: está al servicio del perfeccionamiento
humano. Los colores y el pincel están en función del cuadro; la libertad está
en función del proyecto vital que cada hombre desea, y es el medio para
alcanzarlo. Por eso la libertad no es el valor supremo: nos interesa porque hay
algo más allá de ella que la supera y marca su sentido. Ser libre no es
exactamente ser independiente. Al menos, si por independencia entendemos no
respetar los límites señalados anteriormente. Cortar esos vínculos sería cortar
las raíces o lanzarse a navegar sin rumbo,
La limitación humana supone que
cada elección lleva consigo una renuncia: estar leyendo o redactando este
capítulo significa renunciar a estar, en este momento, jugando al tenis o
nadando. A su vez, nadar supone no poder, al mismo tiempo, estudiar o pasear.
El problema que se plantea debe resolverlo la libertad pesando el valor de lo
que escoge y de lo que rechaza. ¿Quién se atreverá a decir que escoge la
vagancia o la hipocresía porque valen tanto como sus contrarios? Puestos a
renunciar, sólo vale la pena preferir lo superior a lo inferior.
Igual que el orden físico, el
orden moral está sometido a límites propios. Y trapasarlos es siempre
peligroso. Cualquier psiquiatra sabe que en la raíz de muchos desequilibrios se
esconden acciones a veces inconfesables. Ser libre no significa estar por
encima de la moral, aunque otorga la posibilidad de no aceptarla y no
cumplirla. Ahora bien, la inmoralidad nunca puede defenderse en nombre de la
libertad, pues entonces no podríamos condenar inmoralidades como el asesinato,
la mentira o el robo.
La libertad está sabiamente
limitada por las leyes. A simple vista podría pensarse que la ley es el
principal enemigo de la libertad, como piensan los ácratas. Sin embargo, tal
oposición sólo es aparente. Al ser el hombre un ser limitado, traspasar esos
límites equivaldría a volverse contra sí mismo, algo comparable a lo que
ocurriría si alguien se negara a comer o a respirar. De hecho, una existencia
sin leyes es tan imposible como un círculo cuadrado. Con humor ha escrito
Antonio Orozco que "si no existiese ley de la gravedad, los cuerpos en
lugar de caer hacia abajo podrían "caer" hacia arriba; podríamos ser
despedidos súbitamente al espacio; el mar treparía y lo inundaría todo; el
océano se secaría; las estrellas y los planetas chocarían entre sí; no habría
tierra firme ni lugar donde asirnos; la sopa no estaría fija en el plato: se
dispersaría, untándolo todo con su pringosa sustancia".
La libertad es asunto muy personal, pero la condición social del hombre exige que cada uno respete la libertad de los demás. Si a ello se añade que toda elección debe buscar lo mejor, podemos concluir que no es correcto identificar lo libre con lo espontáneo. . La libertad, desde cierto ángulo, es justamente la negación de la espontaneidad: es el dominio de la razón y de la voluntad. Espontáneamente mentiríamos, insultaríamos, rechazaríamos el esfuerzo y el sacrificio..., pero sólo somos libres cuando entre el estímulo y nuestra respuesta interponemos un juicio de valor y decidimos en consecuencia.
La libertad es asunto muy personal, pero la condición social del hombre exige que cada uno respete la libertad de los demás. Si a ello se añade que toda elección debe buscar lo mejor, podemos concluir que no es correcto identificar lo libre con lo espontáneo. . La libertad, desde cierto ángulo, es justamente la negación de la espontaneidad: es el dominio de la razón y de la voluntad. Espontáneamente mentiríamos, insultaríamos, rechazaríamos el esfuerzo y el sacrificio..., pero sólo somos libres cuando entre el estímulo y nuestra respuesta interponemos un juicio de valor y decidimos en consecuencia.
La idea de que lo espontáneo es
lo natural, y por tanto lo bueno, supone ponerse en manos de la biología. Los
animales son espontáneos pero no libres. José Antonio Marina nos previene
contra esa extendida confusión: "Casi todos los burros que conozco son,
desde luego, muy espontáneos, pero tengo mis dudas acerca de su libertad".
Lo espontáneo en el hombre, como en el animal, es la búsqueda del placer
sensible, pero Séneca nos advierte que "el que persigue el placer pospone
a él todas las cosas, y lo primero que descuida es su libertad". Mientras
los animales conocen el bien sólo como objeto de su satisfacción sensible, el
hombre lo capta como bien, y es capaz de ponerlo en relación con otros bienes
superiores e inferiores. Por eso, mientras que ante la comida el animal
hambriento se dirigirá necesariamente hacia ella, el hombre hambriento podrá
comer o esperar, conforme lo vea conveniente. No es movido necesariamente sino
libremente. Un simple motivo para no comer será apreciar que la comida no es
suya, no haber concluido la jornada de trabajo, observar un régimen de
adelgazamiento, etc.
Sócrates consideraba el autodominio como la manifestación más elevada de la excelencia humana. Un autodominio que se manifiesta cuando el hombre se enfrenta a los estados de placer, dolor y cansancio, cuando se ve sometido a la presión de las pasiones y de los impulsos. El autodominio, en definitiva, significa el dominio de la propia animalidad mediante la propia racionalidad. Se comprende así que Sócrates haya identificado la libertad humana con ese dominio racional de la animalidad: el hombre verdaderamente libre es el que domina sus instintos, y el hombre verdaderamente esclavo es el dominado por ellos.
Sócrates consideraba el autodominio como la manifestación más elevada de la excelencia humana. Un autodominio que se manifiesta cuando el hombre se enfrenta a los estados de placer, dolor y cansancio, cuando se ve sometido a la presión de las pasiones y de los impulsos. El autodominio, en definitiva, significa el dominio de la propia animalidad mediante la propia racionalidad. Se comprende así que Sócrates haya identificado la libertad humana con ese dominio racional de la animalidad: el hombre verdaderamente libre es el que domina sus instintos, y el hombre verdaderamente esclavo es el dominado por ellos.
b) Libertad responsable
El carácter instrumental de la
libertad hace que su uso pueda ser doble y contradictorio, como un arma de dos
filos que puede volverse contra uno mismo o contra los demás: esclavitud,
abuso, intolerancia, asesinato, alcoholismo, drogadicción..., y también simple
pereza, irresponsabilidad, mal carácter, cinismo, envidia, insolidaridad...
Pertenece a la perfección de la libertad el poder elegir caminos diversos para
llegar a buen puerto. Pero inclinarse por algo degradante -en eso consiste el
mal- es una imperfección de la libertad. Si uno tropieza no es porque ha visto
el obstáculo sino por todo lo contrario. Del mismo modo, cuando libremente se
opta por algo perjudicial, esa mala elección es una prueba de que ha habido
alguna deficiencia: no haber advertido el mal o no haber tenido suficiente
fuerza para evitarlo. En ambos casos la libertad se ha ejercido
defectuosamente, y el acto resultante es malo. "¿Quiere nuestra voluntad
siempre lo que querríamos que quisiese? ¿No quiere a menudo lo que le
prohibimos querer, y para nuestro evidente daño?" (Montaigne).
Es patente que la voluntad
rechaza en ocasiones lo que la inteligencia presenta como bueno. Incluso el que
aconseja bien puede no ser capaz de poner en práctica su buen consejo. En esos
casos, para evitar la vergüenza de la propia incoherencia, el hombre suele
buscar una justificación con apariencia razonable y se tuerce la realidad hasta
hacerla coincidir con los propios deseos. El mismo lenguaje se pone al servicio
de esa actitud con expresiones típicas: a mí me parece, esto es normal, todo el
mundo lo hace, no perjudico a nadie, etc.
Todo acto libre es imputable,
es decir, atribuible a alguien. Normalmente los actos pertenecen al sujeto que
los realiza, porque sin su querer no se hubieran producido. Es el agente quien
escoge los fines y los medios y, por consiguiente, quien mejor puede dar
explicaciones sobre los mismos. Así, del mismo modo que la libertad es el poder
de elegir, la responsabilidad es la aptitud para dar cuenta de esas elecciones.
Libre y responsable son dos conceptos paralelos e inseparables.
Explica Fernando Savater que vivimos rodeados por teorías que pretenden disculparnos del peso de la responsabilidad en cuanto se nos hace fastidioso: el mérito de mis acciones es mío, pero mi culpabilidad puedo repartirla con mis padres, con la genética, con la educación recibida, con la situación histórica, con el sistema económico, con cualquiera de las circunstancias que no está en mi mano controlar. Todos somos culpables de todo, luego nadie es culpable principal de nada. Un ejemplo que el citado autor suele poner en sus clases de ética es elocuente:
Supongamos una mujer cuyo marido emprende un largo viaje; la mujer aprovecha esa ausencia para reunirse con un amante; de un día para otro, el marido desconfiado anuncia su vuelta y exige la presencia de su esposa en el aeropuerto para recibirle. Para llegar hasta el aeropuerto, la mujer debe atravesar un bosque donde se oculta un temible asesino. Asustada, pide a su amante que la acompañe pero éste se niega porque no desea enfrentarse con el marido; solicita entonces su protección al único guardia que hay en el pueblo, el cual también le dice que no puede ir con ella, ya que debe atender con idéntico celo al resto de los ciudadanos; acude a diversos vecinos y vecinas no obteniendo más que rechazos, unos por miedo y otros por comodidad. Finalmente emprende el viaje sola y es asesinada por el criminal del bosque. Pregunta: ¿quién es el responsable de su muerte? Suelo obtener respuestas para todos los gustos, según la personalidad del interrogado o la interrogada. Los hay que culpan a la intransigencia del marido, a la cobardía del amante, a la poca profesionalidad del guardia, al mal funcionamiento de las instituciones que nos prometen seguridad, a la insolidaridad de los vecinos, incluso a la mala conciencia de la propia asesinada... Pocos suelen responder lo obvio: que el Culpable (con mayúscula de responsable principal del crimen) es el asesino mismo que la mata. Sin duda en la responsabilidad de cada acción intervienen numerosas circunstancias que pueden servir de atenuantes y a veces diluir al máximo la culpa en cuanto tal, pero nunca hasta el punto de "desligar" totalmente del acto al agente intencionalmente lo realiza. Comprender todos los aspectos de una acción puede llevar a perdonarla pero nunca a borrar por completo la responsabilidad del sujeto libre: en caso contrario, ya no se trataría de una acción sino de un accidente fatal.
Explica Fernando Savater que vivimos rodeados por teorías que pretenden disculparnos del peso de la responsabilidad en cuanto se nos hace fastidioso: el mérito de mis acciones es mío, pero mi culpabilidad puedo repartirla con mis padres, con la genética, con la educación recibida, con la situación histórica, con el sistema económico, con cualquiera de las circunstancias que no está en mi mano controlar. Todos somos culpables de todo, luego nadie es culpable principal de nada. Un ejemplo que el citado autor suele poner en sus clases de ética es elocuente:
Supongamos una mujer cuyo marido emprende un largo viaje; la mujer aprovecha esa ausencia para reunirse con un amante; de un día para otro, el marido desconfiado anuncia su vuelta y exige la presencia de su esposa en el aeropuerto para recibirle. Para llegar hasta el aeropuerto, la mujer debe atravesar un bosque donde se oculta un temible asesino. Asustada, pide a su amante que la acompañe pero éste se niega porque no desea enfrentarse con el marido; solicita entonces su protección al único guardia que hay en el pueblo, el cual también le dice que no puede ir con ella, ya que debe atender con idéntico celo al resto de los ciudadanos; acude a diversos vecinos y vecinas no obteniendo más que rechazos, unos por miedo y otros por comodidad. Finalmente emprende el viaje sola y es asesinada por el criminal del bosque. Pregunta: ¿quién es el responsable de su muerte? Suelo obtener respuestas para todos los gustos, según la personalidad del interrogado o la interrogada. Los hay que culpan a la intransigencia del marido, a la cobardía del amante, a la poca profesionalidad del guardia, al mal funcionamiento de las instituciones que nos prometen seguridad, a la insolidaridad de los vecinos, incluso a la mala conciencia de la propia asesinada... Pocos suelen responder lo obvio: que el Culpable (con mayúscula de responsable principal del crimen) es el asesino mismo que la mata. Sin duda en la responsabilidad de cada acción intervienen numerosas circunstancias que pueden servir de atenuantes y a veces diluir al máximo la culpa en cuanto tal, pero nunca hasta el punto de "desligar" totalmente del acto al agente intencionalmente lo realiza. Comprender todos los aspectos de una acción puede llevar a perdonarla pero nunca a borrar por completo la responsabilidad del sujeto libre: en caso contrario, ya no se trataría de una acción sino de un accidente fatal.
El miedo a la responsabilidad
supone una visión desenfocada de la libertad, no apreciar que los compromisos
atan pero a la vez protegen. Es bueno el compromiso que un médico tiene de
salvar vidas humanas. Y es bueno para la sociedad, para sus pacientes y para él
mismo, que se le pidan responsabilidades de ello. Si no se le pidieran, se
fomentaría su irresponsabilidad. Y si fuera culpable, quedaría impune. El
ejemplo vale para el abogado, el fontanero, el periodista, el arquitecto..., y
para cualquier otra profesión y persona.
Si está claro que somos responsables, ¿ante quién debemos responder? Cada persona es responsable ante los demás y ante la sociedad. Ante los demás, en la medida en que su conducta les afecte: no es lo mismo poner a un alumno un suspenso injusto que condenar a muerte a un inocente, como tampoco es igual la responsabilidad del ciclista y del camionero en el caso de que ambos no respeten un semáforo, ni es igual robar dos dólares que dos millones. Las responsabilidades sociales también dependen mucho de las circunstancias: no es lo mismo ser primer ministro que leñador, ni tampoco el que siembra tomates tiene la misma responsabilidad que el que siembra marihuana.
Si está claro que somos responsables, ¿ante quién debemos responder? Cada persona es responsable ante los demás y ante la sociedad. Ante los demás, en la medida en que su conducta les afecte: no es lo mismo poner a un alumno un suspenso injusto que condenar a muerte a un inocente, como tampoco es igual la responsabilidad del ciclista y del camionero en el caso de que ambos no respeten un semáforo, ni es igual robar dos dólares que dos millones. Las responsabilidades sociales también dependen mucho de las circunstancias: no es lo mismo ser primer ministro que leñador, ni tampoco el que siembra tomates tiene la misma responsabilidad que el que siembra marihuana.
Ser responsable significa tener
que responder de algo ante alguien. Desde Homero, ese alguien es, en
última instancia, Dios: fundamento último de toda responsabilidad. Si
Protágoras dijo que el hombre es la medida de todas las cosas, Sócrates y
Platón puntualizaron que el hombre está, a su vez, medido por Dios. Sólo sentirse
responsable ante el gran testigo invisible es lo que pone al hombre en la
ineludible tesitura de colmar un sentido concreto y personal para su vida, y de
ver que su existencia tiene un valor absoluto e incondicionado.
A nadie se lo obliga a ser malo
ni a ser bueno. No podemos eludir la responsabilidad sobre nuestros actos. En
este mundo hemos sido puestos con un don precioso, único, exclusivo de los
seres racionales: nuestra libertad. Con ella nos cavamos una tumba o con ella
escalamos las cumbres.
c) libertad no es la
capacidad de elegir
Por la libertad tenemos la
capacidad de elegir, pero la libertad no se reduce a esto solo. De lo contrario
la perderíamos cuando no tuviéramos más de una opción en la vida. La libertad
es la capacidad que tiene la creatura racional de dirigirse por sí misma a su
fin. Incluye la capacidad de elegir entre los medios hacia ese fin, y según
algunos incluye la capacidad de decidirse respecto del fin.
La libertad se da en la unión o
conjugación (o sea, poner en juego al mismo tiempo) la inteligencia y la
voluntad. Por eso también la han definido como una 'voluntad razonada' o una
'razón voluntaria'. Implica la capacidad de auto-determinarse, la energía de
moverse a sí mismo hacia un fin conocido racionalmente. Esto es lo que nos
distingue de los seres que no son libres: las cosas inanimadas, como una flecha
o una piedra, van donde las dirige el que las empuja o arroja; la planta se
mueve buscando el sol movida por sus potencias vegetativas; el animal busca
comida o aparearse guiado por sus instintos. Todos estos hacen algo, pero no
saben lo que hacen; no lo han decidido; la naturaleza los mueve, los
orienta, los determina. El hornero no decide hacer un nido de barro como
los que vemos en los árboles en lugar de una madriguera, ni elige entre varios
modelos, nadie le enseña ni va a una escuela de arquitectura; lo mismo se diga
de las hormigas, las abejas, etc. Hay en ellos fuerzas pre-determinadas .
También nosotros los hombres tenemos inclinaciones como ellos, y estas inclinaciones
son bien determinadas, pero se limitan a indicarnos sus objetos finalizantes
(o sea aquello a lo que apuntan), pero nosotros tenemos la capacidad de
conocer esos fines, de elegir los medios para alcanzarlos, y de poner nosotros
mismos esos actos que nos hacen obtener los fines cuando queremos y porque
queremos. En esto está la libertad.
La clave es entender que
la libertad no consiste sólo en la capacidad de moverse uno mismo hacia el fin
que perfecciona nuestra naturaleza sino en moverse conservando siempre el orden
hacia ese fin.
Algunos piensan que la libertad
consiste en la capacidad de obrar y de actuar lo que queramos, lo que más nos
plazca, de elegir entre las infinitas posibilidades del obrar que se nos
presentan en la vida. Pero esto es un falsificación de la libertad. Cuidado con
las exageraciones pues estas terminan por destruir la naturaleza de lo que
queremos exagerar. Un pescador puede decir que pescó un pez de 15 centímetros,
o mentir y mandarse la parte diciendo que tenía medio metro, o cinco metros, o
diez; pero si dice que tenía doscientos metros acaba de destruir la misma idea
de pez, pues no hay ninguno de ese tamaño; nunca podrá mentir más allá de una
ballena.
La libertad, por tanto, es la
capacidad que tiene nuestra persona de usar de sus potencias espirituales,
inteligencia y voluntad, poniendo también a su servicio, en la medida que pueda
las potencias sensibles (los afectos o pasiones) para dirigirse y alcanzar los
fines que perfeccionan nuestra naturaleza. No consiste propiamente en elegir
entre el bien y el mal, porque el mal no perfecciona nuestra naturaleza.
Materialmente puede elegirse el mal, mientras veamos en él algún aspecto de
bien (como un sediento en el desierto es capaz de tomar agua podrida al
menos -esta es la razón de bien- porque le calma la sed), pero esto
constituye un defecto -y un peligro- de nuestra libertad; no es la libertad en
su expresión normal y, por supuesto, no lo es en su expresión suprema. Un avión
puede caerse, pero no vemos esto como una capacidad más de tal o
cual tipo de aviones; al menos no lo encontraremos en las propagandas de
turismo. También podemos electrocutarnos con nuestra licuadora, pero esto no
viene especificado entre las funciones que nos ofrece el fabricante. ¿Por qué,
entonces, algunos se sorprenden al escuchar que el hacer el mal -el pecar- no
es una función propia de la libertad si ésta funciona como corresponde ,
aunque ésta pueda pecar por ser imperfecta?
3.- Problemas con la libertdad
¿Cuáles son los problemas que
se pueden presentar al buen uso de la libertad? Estos pueden provenir de varias
fuentes.
A) De la inteligencia,
pues hemos dicho que la libertad es la voluntad deliberada (iluminada por la
inteligencia). Si la inteligencia ilumina mal, mal podemos usar nuestra
libertad. Si en medio de la noche los faros de nuestro auto iluminan poco o
nada, es probable que equivoquemos el camino y terminemos en un barranco. La
inteligencia puede iluminar mal por ignorancia , es decir, por no saber
las verdades que son necesarias y que debería saber todo hombre para manejarse
en la vida. Estas son las verdades propias de la ley natural (resumida en los
diez mandamientos) y en un profesional, las verdades propias para ejercer como
corresponde su profesión. Algunos ignoran por negligencia (pereza al momento de
adquirir sus conocimientos) y otros voluntariamente (lo que es el peor de los
casos) como quienes prefieren no averiguar mucho cómo son las cosas para
obrar con más tranquilidad. Estos últimos no corren peligro de caer en un pozo;
ya están en él.
b) Por la misma voluntad (que
es la sede principal de la libertad). Esto ocurre cuando se han adquirido
hábitos y costumbres nergativas. Los malos hábitos o vicios mantienen
inclinada la voluntad a obrar mal. Ciertamente, los vicios esclavizan; nos
tienen como encadenados a un modo de obrar malo.
c) la libertad puede estar
dificultada en su obrar por las pasiones o afectos desordenados. Estos pueden
ser de muchas clases. Los que más influyen son dos: el miedo y la
concupiscencia o malos deseos. El miedo ata a la persona, la paraliza, le
impide actuar. El médico que tiene miedo de contagiarse difícilmente se
expondrá a ayudar a pacientes infecciosos; el que tiene miedo del fracaso o de
perder un puesto, difícilmente se jugará para decir la verdad o para defender
un inocente. La concupiscencia o deseo desordenado es una fuerte inclinación
hacia un bien material o sensible; puede ser el placer sexual, la comida, la
bebida, la droga, el dinero o el poder. Todo se perturba en la mente cuando uno
vive desesperado por la comezón o picazón de estas cosas. Todos los
propósitos caen por tierra para el atado por la concupiscencia.
d) Por las enfermedades
psicológica: En la medida en que más serias sean las patologías que una persona
sufre, menor será su capacidad de usar su razón y por tanto menor será su
libertad y la responsabilidad sobre sus actos.
e)la libertad sólo puede ser
limitada por la violencia ,es decir, de cualquier fuerza que venga de afuera de
nuestra voluntad y vaya en contra de ella, sólo en lo más secundario: la acción
externa. Por violencia pueden impedirnos movernos, pueden atarnos, pueden
encerrarnos y hasta pueden abusar de nuestro cuerpo. Todo esto es serio y muy
importante, pero respecto de la libertad no es lo más importante. La libertad,
en estos terribles casos, se muestra en toda su grandeza: hay un núcleo
inviolable en nuestro corazón y nadie puede entrar allí salvo Dios. Respecto de
este centro totalmente mío, bien vale aquello de 'el honor no se roba, se
regala'.
Libertad y moral
Jugarse totalmente por la
libertad significa jugarse por usar la libertad para hacer el bien y no ponerla
nunca al servicio del mal. Quiere decir que debemos ser responsables. Capaces
de responder por nuestros actos ante nuestra propia conciencia, ante la
sociedad y ante Dios.
Usar bien la libertad consiste
en cumplir todos los mandamientos de Dios. Estos son las leyes de la libertad.
La ley moral (natural y divina) es educadora de la libertad. Los mandamientos
no son leyes para limitar la libertad sino para canalizar la poderosa energía
que nos da la libertad. El cauce de los ríos no coarta la libertad de las aguas
sino que las guía y les hace convertirse en poderosos ríos. Si las inmensas
aguas que vienen por nuestros ríos no viajaran por esos profundos cauces no
serían más que capa de agua muerta y estancada en una pradera. Es cierto que el
cauce de un río lleva las aguas por un recorrido prefijado; pero eso no lo hace
menos río ni menos noble. Ese es el recorrido por el que él muestra su bravura.
Los mandamientos de Dios, es decir, los preceptos de la ley natural revelados
también por Dios, no son simples límites de lo que no podemos hacer; ellos nos
muestran los cauces de todo lo que podemos hacer y nadie puede dudar que
nos muestran horizontes que se expanden más allá de nuestra vista. Los
mandamientos no son simples prohibiciones que nos vedan mentir al prójimo,
herirlo, robar sus bienes o mirarlo como objeto de lujuria. Los mandamientos
nos hablan del amor a Dios, empresa en que están comprometidos los miles de
millones de ángeles y no podrán agotar en toda la eternidad; nos hablan de
buscar la verdad, escribir sobre ella, defenderla, publicarla, y eso es tarea
de cien vidas; nos hablan de defender y promover la vida, multiplicar el amor
humano, el noviazgo y la familia, nos hablan de trabajar por la justicia, la
castidad, la fe, de educar en la paz y de la alegría de servir a Dios. ¿Por qué
los hombres sólo miran lo que no se puede hacer y son ciegos a todo lo que
pueden hacer? Las personas que miran los mandamientos de Dios sólo como lista
de prohibiciones me parecen a un hombre que en medio de un verano agobiante
compra un ventilador y en lugar de enchufarlo se sienta a mirarlo pensando:
'esto no me sirve ni para ordeñar mis vacas, ni para hacer fuego, ni para
cocinar, ni para viajar, ni para navegar en un lago; no me permite pescar, ni
puedo escuchar música con él; no puedo usarlo ni para pintar, ni para cultivar
mi campo, ni para cubrirme de la lluvia y del granizo'; a la postre pensará que
hizo un pésimo negocio y vivirá amargado pensando en haber sido estafado... y
agobiado para el calor, porque sólo se ha preguntado qué no puede hacer con él,
pero nunca se preguntó qué podría hacer con él.
La física tiene sus leyes y la
química tiene las suyas. Quien no conoce estas leyes no puede lograr ninguna de
las cosas que puede hacer quien las maneja. No se puede lograr energía de
cualquier manera, ni manejarla, controlarla o aprovecharla de cualquier manera.
Quien no conoce sus leyes puede incluso meterse en una trampa mortal. También
el espíritu tiene sus leyes. No podemos llevar el corazón por cualquier
sendero, ni crece la vida espiritual de cualquier manera. Muchos de los que han
querido burlar las leyes morales de la vida han visto cómo la misma naturaleza
se venga muchas veces, incluso llevando a la locura a sus transgresores.
(¿Cuántos deprimidos, insatisfechos y suicidas no han llegado a este estado
queriendo vivir una vida sin ley? No todos, pero muchos).
La moral cuando nos enseña sus
leyes no está entorpeciendo nuestra libertad sino enseñándonos las leyes de
vida de la libertad. Sus leyes de crecimiento y perfección son las leyes
morales.
Esta misma verdad podría
iluminarse con el mito de Giges que describe Platón en La República (359d-360b)
en donde relata la leyenda del pastor Giges quien estaba al servicio del rey de
Lidia. Un día un temblor agrietó la tierra y Giges bajando por la griega
termina por encontrar un anillo de oro del cual descubre luego la propiedad de
que girándolo en su dedo lo vuelve (al que lo usa) invisible. Giges se hace
enviar en una embajada al rey, y aprovechando de la invisibilidad que le
proporciona su anillo seduce a la reina, asesina al rey y se hace coronar en su
lugar. Glaucón, quien cuenta el caso, quiere sostener con esto que los hombres
son justos sólo porque no tienen la posibilidad de practicar la injusticia
impunemente; cuando se les presenta (como a Giges) también se vuelven injustos.
De aquí la filosofía griega elaborará un concepto auténtico en el que se
distingue con claridad entre un 'buen hombre' y un 'hombre bueno'; el buen
hombre es el que no hace el mal por razones secundarias (como el no poder
hacerlo impunemente -miedo al castigo; o timidez, o lo que sea) y coincide en
parte con nuestro 'continente'; el hombre bueno es el que tiene arraigada la
virtud y no hace el mal aunque pueda hacerlo sin ser castigado; y este es el
virtuoso
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